A eso de las siete y media de la tarde, primer día en la ciudad eterna, mi novia y yo empezábamos a tener hambre y para la primera noche habíamos pensado en hacer un tradicional vespertino aperitivo italiano (costumbre que Roma sabiamente ha importado de Milán y Turín). Caminábamos por Via dei Coronari, una animada calle plagada de locales a medio camino entre la Piazza Navona y el Castillo de Sant'Angelo y, después de intentarlo sin éxito en un sitio que tenía buenas recomendaciones en internet, encontramos a unos metros un pequeño Ristorante con acogedoras mesas fuera y nos decidimos a entrar.

Preguntamos (mi italiano es muy limitado fruto de las palabras que ya conoces y de aprender vocabulario y frases en internet el último mes) si se podía tomar un aperitivo y nos dijeron que sí, aunque en la carta no encontramos ninguna opción (suelen tener la fórmula de una bebida tipo Aperol o Campari por unos 10 euros y buffet libre de ensalada y platos sencillos). Ni siquiera vimos tablas de queso y/o embutidos y nos quedamos algo perplejos. Pero había que comer algo y nos decidimos por un plato de pasta. Antes tomamos sendos  copas de vino (una un Cabernet y la otra creo que un Montepulciano), servidas en dos bicchieri de buen tamaño y cristal fino aunque con algunas letras en el vidrio. La ración era la correcta (unos 12 cl) pero el precio picaba: 6 euros cada una y estaban entre las más económicas. No te puedes ir alegremente de copas en la capital italiana como si fuera Lugo o incluso Barcelona. Los vinos, bastante buenos aunque servidos algo calientes para mi gusto. Bastante variedad en la carta.

Nos atendió un camarero que parecía dominicano con lo que no tuvimos que esforzarnos en la lengua de Dante. De pasta los dos nos decidimos por Spaguetti Carbonara que no hace falta decir que son sin nata, simplemente con una especie de bacon, queso pecorino (típico de Roma; por cierto pecora es oveja en italiano) y huevo revuelto cuajado. Estaban muy buenos, la verdad y la cantidad era más que correcta. La pasta, cómo no, al dente, y los ingredientes perfectamente integrados. El precio (10 eur) cada plato era bastante correcto para una ciudad tan turística. 

No tomamos postre (hacía unas horas habíamos comido un gelato de tamaño considerable). En resumen, un lugar pequeño pero con encanto (la terraza es muy agradable aunque prefirimos cenar dentro por si refrescaba y tambíen, porque no decirlo, temiendo un suplemento costoso) para una cena sin grandes pretensiones pero con comida de calidad.